Cotopaxi, 5897 msnm de quimera

Cada persona que se convierte en andinista tiene una historia que contar acerca de sus encuentros con las montañas y de cómo esa sensación única y embriagante que emana la tierra anima al corazón a aventurarse por más. La montaña es ilusión, fuerza, amor, coraje, pero sobre todo es paciencia. Mi historia es ésta.

Cuando apenas faltaban 10 metros de la última pendiente más empinada y en medio del abrasante frío que me hacía sentir que si dejaba de caminar los pies se me romperían, más el cansancio por la larga caminata durante la madruga, la adrenalina, el éxtasis, el delirio de saber que lo lograría, que estaba a punto de convertir un sueño en realidad y que no dejaría que mi cordada desista estando tan cerca, divisé a lo lejos a un coloso que brillaba: “¡Te vi todos los años cuando era guagua desde la puerta de mi casa… Y algún día iré por vos!”. Nuestro guía quien pensó que finalmente alguien del grupo había enloquecido volteó a verme y preguntó: “¿A quién le hablas?” y yo solo pude apuntar con mi dedo en dirección al Chimborazo. Unos pasos más y aquel 25 de marzo fue el día de ver nacer el sol como jamás lo habíamos hecho antes. Aquel domingo al amanecer coroné el Cotopaxi de la mano de la mejor cordada que la vida pudo darme. Esa mañana la dediqué a mi padre, quien cumplió años unos días antes.

amanecer
Amanecer en el Cotopaxi

Creo no poder precisar cuando empezó mi enamoramiento por las montañas, pero si recuerdo cuando se transformó en un sueño, un sueño a largo plazo si cabe el término. Cierto día, llegó a mis manos dos pequeños foto-libros acerca de cumbres ecuatorianas capturadas por montañistas y me quedé perpleja; sin lugar a duda aquellas fotografías me cautivaron y me inspiraron, pero tardé algún tiempo en dejar de imaginar y alcanzar la meta trazada (cerca de diez años).

La cumbre del Cotopaxi dejó de ser un sueño inalcanzable.

Inicialmente, junto a mi mejor amiga de aventuras fuimos descubriendo diferentes montañas, siempre en compañía de guías expertos y muy profesionales, es decir, empezamos la escuela de media montaña (menores a 5000 msnm) para posteriormente adentrarnos en las de alta montaña (mayores a 5000 msnm). Todo caminaba de acuerdo a un cuidado cronograma de fines de semana continuos, pero cierto día mis rodillas dijeron no más. Había conseguido los Fuya Fuya, Rumiñahui, Imbabura, Integral Pichincha (Guagua Pichincha, Padre Encantado, Cerro Ladrillos y Rucu Pichincha) y el único de alta montaña fue el Iliniza Norte. Sin embargo, me quedé a puertas de conocer a los majestuosos. Un problema genético de mis rótulas salió a flote y así, tuve que abandonar mi proyecto por un período de aproximadamente 2 años, tiempo en el que puse todo mi empeño para recuperarme. Por momentos, sentí que me alejaba de mi sueño para siempre. Fue un tiempo terrible, depresivo y frustrante, pero entendí que había que ser paciente y disciplinada. El tiempo transcurrió y tras algunas idas y venidas de médicos, dolor, lágrimas, rehabilitaciones, incluso remedios caseros y de mucho ejercicio mis rodillas empezaron a responder. Mis ganas de volver se habían incrementado exponencialmente, pero tenía miedo de que mis rodillas no respondieran a la exigencia… Aun así, un día simplemente me atreví a regresar a la montaña.

En esta segunda etapa encontré a alguien con los mismos sueños desafiantes. El amor ❤ a la montaña nos unió y decidimos ser cordada. Después de una preparación en media montaña que fue desde un trekking en El Altar, seguido de algunas media montaña y una escuela de glaciar en el Cayambe, nos sentimos listos para el Cotopaxi. Finalmente, llegó el fin de semana tan añorado, pero las cosas no se dieron como habíamos esperado.

La tarde previa a la travesía presagiaba mal clima. Nos instalamos en el refugio José Ribas a 4800 msnm y por primera vez en mi vida me dio soroche (mal de altura). Jamás en mi vida había sufrido ese malestar tan desagradable y todo mi ser temblaba. Fue tal el grado de la molestia que fui incapaz de probar bocado (soy de aquellas personas que aman comer y quienes me conocen saben que cuando no como es porque algo anda muy mal). Sabía que si ese estado persistía, debía renunciar a la idea de subir el Cotopaxi esa madrugada. Me acosté a descansar temprano y desperté renovada para cuando nuestro guía indicó que era hora.

Nuestra marcha empezó a las 00:00 🕛 con buen tiempo y durante las primeras horas no presentamos ninguna novedad más que sólo maravillarnos, pues un día antes había nevado, así que el paisaje cobijado por un cielo completamente estrellado era impresionante a más que la luna teñida de rojo nos acompañó por breves instantes, pero la situación cambió poco después de habernos calzado los crampones. Eran cerca de las 3 am, las estrellas nos habían abandonado, el viento pegaba con fuerza, incluso una ligera llovizna cayó y mi cordada no se sentía bien a causa de un dolor estomacal por lo que caminaba con dificultad y a ratos se detenía. Preocupada por mi cordada no vacilé en decir que bajemos, que la montaña seguiría en el mismo lugar y que otro día podríamos volver. No sé si fue su voluntad o su necedad o quizás ambas por lo que se negó rotundamente a descender. Los dos teníamos el mismo anhelo, pero yo había aprendido que se podía esperar. Analizamos con el guía la situación y decidimos continuar, pero la condición fue que si dentro de la siguiente media hora no mejoraba debíamos obligadamente bajar. No fue irresponsabilidad y tampoco capricho, fue la entereza de no darse por vencido y la certeza de confiar en él mismo. El clima cambió favorablemente y las estrellas volvieron a brillar. Mi cordada no mejoró en su totalidad, pero fuimos un equipo y llegamos juntos aquella madrugada entre lágrimas de felicidad.

CUMBRE
Con mi cordada…

Quisiera poder encontrar las palabras que describan con exactitud aquel momento surrealista en el que tras 6 horas de un intenso esfuerzo se alcanzó la cima, ahora solo puedo cerrar los ojos y buscar en mi interior para volver a contemplar la magnanimidad del cráter con una pequeña fumarola y alrededor la grandeza del Cayambe, Antisana, Rumiñahui y Sincholagua en su máximo esplendor mientras el sol nacía para acariciar las nubes. Fue una mañana despejada de un azul intenso en la que comprendí porque había tenido que esperar tanto y agradecí al cielo que ese día finalmente había llegado.

AMANECER2
¡Lo habíamos logrado!
juntos
Al borde del cráter…
crater
Continúa activo…

La montaña guarda magia y el corazón explota de alegría cuando en la cumbre se celebra con humildad la victoria del cuerpo, la mente y el espíritu porque cuando una montaña te permite escalar es ella quien te ha conquistado de por vida.

guia
Con nuestro guía de Cumbre Tours, encordados nuevamente para descender.
Descenso
Mientras descendíamos… Sincholagua, Cayambe y Antisana (de izq. a dcha.)
Yanasacha
Yanasacha, montaña negra, una pared de 150 metros que jamás se cubre de nieve.
Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar